Cuando hace más de 60 años los judíos se mudaron en masa a Israel para huir de la represión y el exterminio al que habían sido sometidos durante la II Guerra Mundial, el mundo entero calló. Nadie imaginaba que aquel éxodo masivo iba a ser el principio de una de las guerras más largas de la historia que se ha cobrado la vida de millares de personas (las estimaciones oscilan desde los 51.000 fallecidos -35.000 árabes y 16.000 judíos- desde 1950 hasta 2007, hasta los 92.000 fallecidos -74.000 militares y 18.000 civiles- entre 1945 y 1995).
El conflicto desatado entre los palestinos, de religión árabe y originarios habitantes de las tierras ocupadas después por los judíos, y estos últimos tiene a día de hoy una solución compleja. La resolución de Naciones Unidas en la que se apoyaba la partición de Palestina en dos estados y la posterior proclamación del Estado de Israel en 1948, han desembocado en un enfrentamiento de dimensiones internacionales que ha causado ya cuatro guerras y varios conatos de guerra civil. Las amenazas de Israel, que ha contado tradicionalmente con el apoyo de Estados Unidos y que, además, posee armas nucleares, no han hecho más que empeorar la situación de la zona, que ya de por si era preocupante.
Al margen de las implicaciones políticas, la situación que se vive en Palestina ha descargado sus consecuencias en la población. Miles de muertos en ambos bandos, que a continuación son proclamados mártires entre sus familiares y amigos, acrecientan el espíritu de lucha en dos poblaciones (Israel y Palestina) que incluso si el conflicto se resuelve de manera satisfactoria, tardarán siglos en recuperarse.
Palestina se ha llevado la peor parte. Los asentamientos de los judíos, que han ido ganado cada vez más territorio, han llevado a más de cinco millones de palestinos a convertirse en refugiados. Jordania, Gaza y Cisjordania, han sido sus principales destinos, lo que los ha convertido también en objetivo de la violencia de los soldados israelíes que, a su vez, se sienten amenazados por su falta de apoyos en la zona.
Ese aislamiento israelí hace que el conflicto sea más difícil de resolver. Rodeados por países árabes, los judíos temen un ataque ante cualquier concesión y, como consecuencia, en ambos lados se establece una desconfianza que ha derivado en el radicalismo tanto hebreo como islámico en la región. Poco parece poder hacerse sin un compromiso internacional que es difícil de alcanzar y que, cuando tiene visos de derivar en una declaración de alto el fuego por parte de los estados implicados, se rompe por los ataques de los grupos radicales de ambos bandos. Tras casi 60 años de lucha, los dos se niegan a aceptar una solución completamente satisfactoria que, a día de hoy, solo puede ser un sueño.