La crisis en la que nos han metido los banqueros, políticos, agentes financieros y agencias de calificación han tenido un gran damnificado: el ciudadano. En términos económico, mejor que hablar de ciudadano, hemos de referirnos a él como consumidor o cliente. En estos tiempos, aquello que se solía decir de que el cliente siempre lleva la razón se ha perdido por completo. El cliente ya no tiene razón, sino todas las de perder. Son pocas las instituciones que existen para proteger al verdadero motor de las economías nacionales. Hay que recordar que vivimos en un sistema capitalista en el que el consumo es motor de cualquier negocio: los concesionarios de coches necesitan conductores; los supermercados, compradores; las compañías de teléfonos móviles, usuarios; las agencias de viajes, viajeros; los bancos, clientes… Sin embargo, poco o nada se respeta ya al cliente. Éste, en la mayoría de los casos, se siente indefenso ante la gran estructura que poseen algunas empresas. Y muchas veces la simple queja por escrito no sirve, por lo que el cliente consumidor ha de echar mano de una serie de asociaciones como son Asociación General de Consumidores (ASGECO), Confederación Nacional de Usuarios y Consumidores (CECU), Instituto Nacional del Consumo (INC), Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) o FACUA. La oferta no es escasa y normalmente es muy útil para casos claros de abuso.
El problema es que cada vez con más asiduidad los consumidores han de acercarse a alguna de estas asociaciones para hacer valer sus derechos. El Estado debería ejercer su papel de controlador para poner fin a la impunidad de las empresas que estafan o engañan a los consumidores. Muchas veces, las soluciones de las propias compañías, vía departamento de reclamaciones, resulta insuficiente. Pero es que el cliente no debería ser el que busque la solución a los problemas creados por las empresas.
Así, nos encontramos en una lamentable situación que se puede explicar por el momento de recesión en el que nos encontramos. Mucho hablan los políticos de dar ayudas a las empresas o a los bancos, pero poco se habla de los que de verdad aguantan el peso de la crisis: los consumidores. Sin duda, son tiempos difíciles, pero por eso mismo el Estado debería proteger más que nunca a los que se supone que son los motores del sistema económico capitalista. Sin consumo, la producción se para como está pasando. La solución pasa por proteger el consumo y a los consumidores.
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