Si hay un país que ahora se nos viene a la mente al hablar de África ese es Libia. Al margen de la catástrofe desatada en Japón, Libia ocupa estos días los titulares de los periódicos e informativos de todo el mundo por un motivo muy distinto: el conflicto que está matando miles de ciudadanos que han decidido sublevarse contra el régimen de Gadafi, el encargado de gobernar Libia con mano de hierro durante los últimos 42 años.
Todo comenzó el pasado mes de febrero cuando, animados por el clima de revueltas que se había extendido en los países árabes de su entorno, un grupo de ciudadanos contrarios al dictador se rebelaron contra él provocando varias manifestaciones en las que le instaban a marcharse. La falta de libertades y la represión a la que Gadafi había sometido a la población durante más de 40 años fueron el detonante de las revueltas en las que se instaba al dirigente a dejar el poder o a llevar a cabo varias reformas en al campo de los derechos humanos y las libertades.
La reacción de Gadafi no se hizo esperar. Lejos de dimitir de su cargo, el dirigente libio se atrincheró en el palacio presidencial y cargó contra los manifestantes a los que calificó de “ratas” y “drogadictos”, hasta el punto de bombardear poblaciones enteras causando miles de muertos.
Fue entonces cuando el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas decidió parar los pies a Gadafi, aprobando varias sanciones contra el régimen libio y, finalmente decidiendo la intervención de las tropas de la OTAN en la zona. Para entonces ya había pasado más de un mes desde el comienzo de las revueltas el pasado 19 de febrero y habían muerto cerca de un millar de libios, al tiempo que más de 200.000 personas habían salido de país huyendo de la violencia.
A día de hoy Gadafi sigue atrincherado en el poder, y el conflicto sigue enquistado. Las noticias son confusas y cada avance de los rebeldes apoyados por las tropas de la OTAN es contestado con dureza por los leales al dictador. Por su parte, Gadafi ha rechazado el alto el fuego propuesto por la Coalición Internacional y solo las negociaciones y la hoja de ruta propuesta por la Unión Africana parecen tener posibilidades de hacer que el dictador libio modifique su postura y se detengan los enfrentamientos que siguen causando bajas de civiles que, al final y al cabo, no son más que víctimas de una situación que, después de casi medio siglo ya no podía sostenerse.